Llevo días sin escribir; me he enredado con el cuidado de mi
pequeño y las pruebas por corregir. El fin de semana tuvimos visitas.
El viernes vinieron unos amigos a casa para leer
críticamente investigaciones sobre el Jesús Histórico; el Jesús de Galilea, probablemente
seguidor ferviente de Juan Bautista; el bullicioso, el radical, el que muy
probablemente andaba armado, con su -lo que hoy llamaríamos- “Pandilla”, haciendo
revueltas en el Templo; el religioso, el que hablaba sobre la venida del Reino (cosa
más rara); el que tuvo varios hermanos; quienes tardíamente también le siguieron
al igual que sus padres; el que muere por razones políticas…
Ayer recibimos a mi cuñado y a su mujer… Van a Cuba, antes
de que muera Fidel y aparezcan los letreros de Coca Cola. No para apoyar al
dictador, pues “ya no hay Revolución, y ya no hay ni siquiera esperanza que
defender”, sino para recorrer las calles de La Habana antes de que todo cambie
y se convierta en su igual…
Anoche me quedé pensando largamente en las personas que nos
visitaron este fin de semana. En sus reflexiones, sus sueños, esperanzas; en
sus temores; en las preguntas sin contestar. Anoche, mientras el Negro y los
niños dormían, bajé al primer piso, puse el CD Pánico, de Manuel García, y
quise prender un cigarrillo mientras sonaba de fondo El viejo comunista. En el
momento decidí que hoy volvería a escribir; pero sin saber sobre qué… Aún no lo
sé… o quizás sí. De Jesús, de las revoluciones, del martirio; aunque sin decir
nada de ello, sólo nostalgia, silencio…
Wittgenstein. Buen ejemplo. Es difícil saber qué decir con claridad en esas experiencias, tan vitales como trasecendentales.
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